Fuente: Wikipedia |
El 13 de marzo
de 1964 tuvo lugar un crimen cuya repercusión significó un antes y un después
para el estudio de las víctimas. La criminología se había centrado hasta entonces en el estudio
del delincuente.
Kitty Genovese
vivía en Queens, un barrio residencial de Nueva York y esa noche cuando llegaba a su apartamento a
la vuelta del trabajo, un delincuente se abalanzó sobre ella y la acuchilló.
Los gritos de Kitty consiguieron alertar al vecindario puesto que las luces de
varios apartamentos se encendieron e incluso se oyeron voces que pedían que se
dejara a la mujer en paz. El agresor huyó, pero nadie acudió a socorrer a Kitty
que, como pudo, se desplazó dirigiéndose al portal de su casa.
No obstante,
el delincuente regresó para atacarla de nuevo y los gritos de Kitty sonaron con
más desesperación. Del mismo modo, los vecinos se asomaron y pidieron que
parara, pero nadie alerto a la policía ni acudió a socorrerla, aunque
consiguieron que el agresor se fuera.
De nuevo,
Kitty tuvo otra oportunidad para ser ayudada, pero nadie acudió, nadie dio la
voz de alarma. Desgraciadamente solo volvió su asesino para rematarla.
El asesinato
conmocionó a la sociedad estadounidense cuando se conoció que un mínimo de 38
personas habían presenciado los hechos y que nadie fue capaz de ayudar o como
mínimo, avisar a la policía.
El caso de
Kitty también tuvo su repercusión en la comunidad científica. De su estudio
surgió lo que se conoce como “el efecto espectador” o “el síndrome Genovese”
que explica que ante una emergencia es menos probable que alguien intervenga
cuando hay más personas que la presencian que cuando hay una sola.
Según los
psicólogos Darley y Latané, que estudiaron el fenómeno, la presencia de un
grupo hace que se diluya la responsabilidad. Las personas justifican su no
actuación pensando que habrá otras más preparadas para ayudar o bien temen ser
reprochados por ofrecer una ayuda no solicitada.
Dicho temor se
hace presente sobre todo en los delitos relacionados con la violencia
doméstica. Las personas que presencian agresiones a mujeres no suelen
reaccionar pues consideran que es meterse en casa ajena y les da miedo acabar
como el conocido caso del Profesor Neira.
Sin embargo,
donde personalmente más me preocupa el efecto espectador es ante los casos de
maltrato infantil. Si los padres de un niño, que son los máximos responsables
de su protección, no son capaces de protegerle y el resto, los testigos
quedan mudos a causa del efecto espectador, entonces ¿qué posibilidades
tendrá el menor? ¿Realmente se considera que dar la voz de alarma es meter las
narices donde no te llaman? ¿No son los niños responsabilidad de todos?